De completo asombro fue mi impresión al encontrarme con una inmensa riqueza cultural y tradición cuscatleca en aquel pintoresco poblado de Panchimalco, al sur de la capital. Es un verdadero encuentro con la cultura y tradición salvadoreña.
Nahomy Arévalo
Becaria ecuatoriana en la Utec
Fotos: Hugo Henríquez
La Palabra Universitaria
En una despejada mañana de miércoles en “El Pulgarcito de América”, con un clima que supera los 25 grados centígrados, como de costumbre, y la música natural de los pajaritos adornando el tropical paisaje, abordo mi viaje por las calles que reflejan la tradición y costumbre de su gente.
Mi corazón aún extraña mi hogar, pero mantengo vivas mis ganas de aventura, de conocer y adentrarme en los “pueblitos mágicos” de este maravilloso país, El Salvador, en América Central. ¿Pueblitos mágicos?, sí, así es como me gusta apodar a lugares con una inmensa riqueza cultural e histórica.
Muy nerviosa, junto a mis amigos ecuatorianos por la inesperada travesía que nos espera este día, un poco perdida como aguja en un pajal y con algo de sueño para ser sincera; mi amigo Aldo Maldonado, jefe de cátedra en la escuela de comunicaciones de la Universidad Tecnológica de El Salvador (Utec), institución a la que hemos llegado para hacer prácticas profesionales en el área de las comunicaciones, me comenta que hoy visitaremos la parroquia de Santa Cruz de Roma, en el distrito de Panchimalco, con el grupo de estudiantes que participan de la proyección social de esa universidad.
Mi espíritu aventurero se despierta, al igual que yo y el sudor en mi frente, a causa del calor que brilla, al igual que mi ilusión por hacer nuevos amigos y conocer nuevos lugares.
Después de aproximadamente 40 minutos observando lo imprudente que pueden ser algunos conductores, el tráfico y lo cara que está la gasolina, finalmente llego al bello Panchimalco.
Desde la entrada, todo es muy colonial, y me recuerda a mi natal cantón Pujilí por lo pequeño y acogedor. Anita, una amiga del área de fotografía, me dice: “puedes darte cuenta de que aquí todo queda cerca, desde el mercado municipal hasta su histórica iglesia. Allá arriba también, ya vas a ver que la biblioteca está a un minuto”. Tenía mucha razón y luego entendí por qué destacó lo histórica que era su iglesia, no solo por ser considerada patrimonio cultural y su importancia en términos edilicios, sino también por el ambiente tan auténtico que reflejan sus habitantes, quienes aún conservan costumbres del pasado.
Mis amigos y yo estamos emocionados de estar en este mágico monumento nacional. Sin siquiera pensarlo, empezamos a fotografiarlo para que no quede solo en nuestra memoria, sino también capturar en nuestros celulares esta experiencia tan maravillosa. A lo lejos, observo algo desconocido para mí: era una ancianita con un velo blanco en su larga cabellera. Me pregunté cuál era el motivo de ese peculiar accesorio, a lo que Silvia Sandoval, docente de la Utec, aclaró mis dudas al decirme que lo usan por su religión. A esto me refiero cuando explico mis ganas por visitar “pueblitos mágicos”, conocer a su gente y su cultura.
Rápidamente nos dirigimos al Centro Urbano de Bienestar y Oportunidades (CUBO) para una reunión con habitantes de la zona, donde socializamos el comienzo de una nueva edición de la revista que realizan los estudiantes de la Utec para Panchimalco. A lo lejos, escucho que ya se acercan las fiestas patronales que empiezan el 4 de septiembre, me emociona porque para esa fecha aún me encuentro en este país y anhelo ser parte de las risas, baile y gozo de sus festividades.
Recalco cuánta razón tenía Anita al decir que todo queda cerca, ya que a dos minutos de CUBO se encuentran sus hermosas esculturas llenas de historia. Entre los matorrales, observo a un habitante que me sorprende entonando los sonidos de diferentes pajaritos, me quedo fascinada con tan peculiar talento, desde la forma en que lo interpreta hasta la pasión que desborda al hacerlo; algo más para contar a mis padres cuando regrese a mi país Ecuador.
La tristeza se apodera de mi cuerpo porque es hora de despedirme, pero no lo iba a hacer con las manos vacías. Me despedí como toda una nueva amante de El Salvador, con un delicioso fresco de horchata. No lo acompañé con pupusas porque no encontré ningún puesto, algo raro porque en cada esquina suele haber uno. Me llevo en mi corazón su cálida gente, la sonrisa de sus niños, la gentileza de sus emprendedores y lo bello de su paisaje. Este viaje continúa y mis ganas de conocer y aprender van creciendo cada día.