En la era digital, la presencia de tecnología en las aulas ha crecido exponencialmente, pero su impacto en el aprendizaje sigue siendo cuestionable. Aunque las clases en línea han ampliado el acceso a la educación y han modernizado los procesos docentes, muchos estudiantes y profesores coinciden en que esta modalidad no siempre garantiza una experiencia formativa profunda ni significativa.
Redacción: David Alberto Quintana Pérez
Investigador Universidad Tecnológica de El Salvador
Cada vez que se habla de educación resulta inevitable pensar en docentes, estudiantes, aprendizaje, tareas, aulas, recursos educativos, entre otros aspectos que resulta muy extenso poderlos mencionar. Sin embargo, obviar de este concepto a profesores y estudiantes resulta casi imposible, dada su relevancia en la construcción de procesos significativos de aprendizaje.
En este sentido, un aspecto a destacar es que hace más de 5 siglos lo que se valoraba en la relación docente-estudiante era la disciplina y el conocimiento, mientras que ahora lo que la sociedad cuestiona mayoritariamente es la experiencia con el uso de la tecnología (Paniagua-Martínez, 2025). Esta tendencia puede generar una falsa ilusión al calificar una clase como: “muy interesante” “aburrida” o “buena”, es decir, con calificativos superficiales que no hacen referencia al grado de profundidad o de apropiación de conocimientos en una disciplina, sino únicamente al estado emocional que esta genera.
Es por ello por lo que en el marco del Día del Maestro este artículo propone reflexionar sobre una de las modalidades de clase muy utilizadas en la actualidad, como lo es el caso de las clases en línea, la cual emergió en muchos centros educativos como una alternativa que permitiera continuar con el desarrollo de clases ante la aparición de la pandemia de Covid-19.
A nivel latinoamericano resulta evidente que se ha logrado avanzar progresivamente en la adopción de tecnologías digitales, a pesar de la existencia de desafíos, como la brecha digital y la falta de infraestructura adecuada (UNESCO, 2022), por lo que, el contar con nuevas modalidades como la clase sincrónica, asincrónica y virtual, se describe como una tendencia al alza, en las cuales, el contar con plataformas de aprendizaje y mayor formación docente ha contribuido al uso de estas modalidades de clase.
Al respecto, es posible observar mayor predominio y uso de tecnología, mayor facilidad para acceder a una clase, pero “el precio de esa facilidad” resulta más caro, debido a la mayor dificultad de contar con aprendizaje personalizado, interactuar de forma oportuna en la clase (Paniagua-Martínez, 2025).
Ahora bien, al retornar a la idea de que lo que se valora ya no es la disciplina y el generar más conocimiento sino tener una bonita experiencia que muchas veces se reduce a “pasar una materia o pasar un momento divertido”, el significado de una clase en línea resulta cuestionable, porque depende de los intereses de cada estudiante, del docente y de la institución educativa. Por su naturaleza se sabe que una educación de calidad requiere de una fuerte inversión de parte de todos los actores involucrados (a pesar de que ahora, el avance de la tecnología contribuye en gran medida a reducir costos).
En este sentido, una pregunta importante que surge en el escenario educativo es ¿Por qué si la tecnología educativa al servicio de una clase en línea es ahora mayor, los docentes tienen más formación que hace 5 años, la experiencia de aprendizaje no es buena? Es decir, donde, tanto el docente como el estudiante están conscientes que la clase en línea no ha logrado los objetivos de todos los actores involucrados. En este caso, la respuesta sin lugar a duda no es sencilla, puesto que, está relacionada con una serie de factores, entre ellos lo que cada persona percibe como una “clase buena”, la inversión de esfuerzo en su formación, el interés institucional, el horario o tiempo disponible para el estudio, etc.
En este contexto, calificar una clase en línea como exitosa depende de muchas dimensiones, por ejemplo, para algunos docentes puede ser que sus estudiantes aprendan, pero para algunos estudiantes podría ser que los trabajos sean en grupo, donde no hallan preguntas y se pueda tener la cámara y micrófono apagado, para otros desarrollar habilidades (Romero-Rodríguez et al, 2022).
A manera de conclusión, la clase en línea ha surgido como una medida que si bien permite ampliar el acceso a la educación a grupos vulnerables históricamente excluidos del derecho a la educación, no debe obviarse que ésta ha sacrificado el alto valor de la interacción que representa para el docente y estudiante en un proceso de enseñanza y aprendizaje, en el cual la pizarra ha sido sustituida por una pantalla llena de funciones que muchas veces tanto docentes como estudiantes no saben para qué sirven y, por consiguiente, no las utilizan.
La computadora y el celular dejaron de convertirse en un medio solo para jugar, sino que ahora son instrumentos que permiten conectarse a una clase, pero que también le da acceso a una infinidad de distractores, en ocasiones más atrayentes al momento en que se desarrollan las clases. Por tanto, la clase en línea representa una oportunidad, pero al mismo tiempo un desafío para la construcción de aprendizajes en los que más allá de generar una agradable experiencia también permita profundizar en la continua construcción de conocimientos dentro y fuera del aula.
Referencias
Paniagua, M. (2020). Universidad de la era digital proceso de digitalización de las universidades de El Salvador. Caso de estudio la Universidad Técnica Latinoamericana. http://redicces.org.sv/jspui/handle/10972/5010
Romero Rodríguez, J. M., Hinojo Lucena, F. J., & Aznar Díaz, I. (2022). Digitalización de la Universidad por Covid-19: impacto en el aprendizaje y factores psicosociales de los estudiantes. https://digibug.ugr.es/handle/10481/76407
UNESCO (2022). Educación Superior en América Latina. Transformaciones ante un creciente proceso de digitalización. https://www.iesalc.unesco.org/ess/index.php/ess3/article/view/v34i1-13