Organizan velada para hablar sobre mitos y tradiciones de San Antonio Abad

La actividad se desarrolló a iniciativa del MUNA, en el marco del programa Maquilishuat bajo la Luna, donde participó el cofrade, Celio López, quien compartió los relatos y personajes mitológicos que conoció en su niñez.

Wilber Corpeño
La Palabra Universitaria

Una peculiar velada tuvo lugar recientemente en el jardín principal del Museo Nacional de Antropología (MUNA), denominada Maquilishuat bajo la Luna, esta vez para hablar sobre los mitos y tradiciones de San Antonio Abad, uno de los destinos emblemáticos que hoy conforman al gran San Salvador.

El responsable que compartió los relatos y personajes mitológicos que conoció en su niñez, así como pormenores de la tradición de la danza de los historiantes, en la que participa desde hace cuarenta años, fue el cofrade, Celio López, maestro ensayador de la danza de los historiantes o moros y cristianos de San Antonio Abad.

“San Antonio Abad queda fundado como cantón de San Salvador en 1903. Es descendiente del lugar llamado el pequeño Cuscatlán o Cuscatancingo. Cuando se formó la aldea, se pusieron en práctica cofradías y todo el sistema de tradiciones que se mantiene a la fecha”, describe López, flanqueado por dos personajes vestidos de moros.

“Aunque el tiempo ha cambiado, nuestras leyendas siguen, les seguimos dando vida”, dice el cofrade al compartir recuerdos de su vida en un lugar rural junto a su familia, en especial a su abuelo, de quien escuchó todo tipo de historias sobre personajes mitológicos como la del Cadejo Negro y el Cadejo Blanco, la Siguanaba y el Cipitío, entre otras.

“Cuando a uno le contaban esas leyendas, uno no podía ni dormir porque pensaba que iba a llegar la Siguanaba y lo iba a jugar todo y lo iba a dejar todo vereco. Cuando salía a medianoche en el caballo de mi abuelo, él se dio cuenta y me dijo: ‘No andes trasnochando, que te va a jugar la Siguanaba’”, narra.

Una de las creencias que tenían los habitantes de San Antonio Abad es que la gente se transformaba en animales y es por eso que el cantón era considerado como “lugar de los micos”.

“Yo conocí a dos personas que se convertían en micos y por las noches iban a molestar las casas a donde vivían señoritas y no las dejaban dormir; si eran techos de lámina las rascaban, si eran de tejas se oía que movían las tejas”, asegura López, quien con los años se convirtió en parte de las actividades religiosas de su cantón.

“En la Semana Santa participaba como apóstol y luego me convierten en sacristán de la iglesia, y de sacristán paso a ser el diablo del torito pinto, luego a la danza del cuche de monte, la danza del venadito, hasta llegar a la danza de los moros y cristianos, que son los historiantes”, comparte.

Durante su relato, el cofrade estuvo acompañado de dos personajes de moros: uno tenía un casco con una sirena encima y el otro una corona; de sus coloridos cascos caían listones de colores y sobre la frente de sus máscaras barbadas había monedas. Una capa, botas y pantalones bombachos eran otros elementos que destacaban en el vestuario.

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