Por Katherine Escobar
Docente escuela de comunicaciones
Foto de Andrea Piacquadio
Es posible que la expresión “comunicación efectiva” esté mentalmente ligada con términos como escucha activa o asertividad, que implican un nivel de comprensión de modelos de intercambios de ideas, siendo en el primer caso imperativo el prestar atención y, en el segundo, expresarse de forma eficaz al tiempo que se respetan derechos o creencias de los interlocutores.
Cuando se decide mejorar en aspectos relacionados a la interacción social, la aparente extensión del área a trabajar dificulta una segmentación clara, una delimitación. Si se desea enriquecer la habilidad discursiva, ¿por dónde comenzar? ¿aprendiendo más palabras? ¿memorizando las reglas de la sintaxis?
De la misma manera en que conceptos abstractos se simplifican cuando se aprende un segundo idioma ¿Dónde empieza la simplificación del lenguaje que ya se conoce?
Preguntas como estas son parte de la base en la disciplina científica llamada lingüística, es fácil perderse en semántica, pero la finalidad puede servirnos como faro en este viaje, queremos mejorar, porque queremos comunicar de tal forma que nuestras ideas sean tan claras en la mente del interlocutor como lo son en la nuestra y viceversa.
Un primer paso para mejorar la comprensión auditiva no es solo identificar las palabras que se nos dicen, sino interiorizar este dato. La persona que nos habla y con la que hablamos no tiene las mismas experiencias de vida ni los filtros con los que interpretamos el mundo, puede reaccionar de forma disparatada para nuestro cerebro, especialmente si creemos contar con la capacidad de predecir a los demás.
Un segundo paso es enlazar la importancia de la escucha con el habla, los oídos cerrados no aprenden a dialogar, en este caso podemos enriquecer nuestros recursos oratorios seleccionando personas de cada estrato, que hablen de cada tema según su experticia; así, nos llevamos parte del transportista que posee jovialidad nata, del profesor que explica con sencillez, del científico que trae a su mente conceptos y los une en conversaciones que parecieran poder ser infinitas.
De la misma manera en que la escucha influye en el habla, la lectura influye en la escritura. Acá traigo a colación una frase de Jorge Luis Borges: “la lectura no debe ser obligatoria (…) si Shakespeare les interesa, está bien. Si les resulta tedioso, déjenlo. Shakespeare no ha escrito aún para ustedes. Llegará un día que Shakespeare será digno de ustedes y ustedes serán dignos de Shakespeare, pero mientras tanto no hay que apresurar las cosas”.
Suelo bromear con mis estudiantes diciendo que en ocasiones no pueden leer un libro, pero sí un “hilo” de chismes en redes sociales; entonces, el problema no es la lectura, es cómo se aborda.
Las formas en que están redactados manuales como los de Álex Grijelmo son más amables que la reputación de los textos académicos, pero pueden aún no ser nuestro Shakespeare, listo para ser leído. Entonces se puede seleccionar libros que por su tema o género motiven más, cultivar el hábito de la lectura y verla por niveles, ahora leemos ficción, en el futuro, escribiremos ensayos.